lunes, 23 de octubre de 2017

CONTRA CORRIENTE

CONTRA CORRIENTE


Estaba parado en una llanura marina, sin prestar mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor.
Paso mucho tiempo así, sin hacer nada, sólo soy un pez en el fondo del mar. Otros peces pasaban
por mi lado, camino a cualquier otro rincón de las profundidades marinas. La mayoría de ellos van
en grupo a todas partes. Se siguen unos a otros, no importa mucho el destino, o quizás sí, pero yo no
lo entendía.
Llegó el verano y una parte de mí cambió. De repente sentí algo que me empujaba a nadar en la
dirección opuesta.
Al principio dudé. “¿Y si me pierdo? ¿Y si encuentro alguna criatura que me ataca? ¿Y si todos se
ríen de mí por ir al revés que la mayoría?”, pensé. Pero por más que intentaba convencerme de no
llamar la atención y seguir a los demás, mi instinto me decía que ese camino no era el adecuado
para mí. Cerré los ojos y, armándome de valor, comencé mi travesía a contracorriente.
Todos los peces me miraban, unos sorprendidos y otros como si fuera un bicho raro. Otros se reían.
Empecé a sentirme mal y paré, allí en medio de la nada, mientras el resto seguía nadando.
Una vocecita seguía gritándome en mi cabeza que mi lugar estaba en la dirección contraria, que era
allí donde yo pertenecía. Intenté que se callara; yo sólo quería ser como los demás, encajar. Pero allí
estaba mi instinto repitiendo una y otra vez “tienes que nadar a contracorriente para llegar a tu
destino”. Un pez gris muy grande que pasaba por allí me dijo muy serio:
– ¿Por qué te paras ahí? ¿Te has perdido?-.
– Algo me dice que el camino correcto para mí es en aquella dirección- , le respondí algo
avergonzado.
– Pero todos están nadando en la dirección contraria. ¿Por qué tienes que llamar la atención?-
dijeron un grupo de sardinas que también nadaban con la mayoría.
– Eres un pez muy raro- sentenció el pez gris-Dejadlo aquí solo, ya volverá cuando se dé cuenta de
que nadie lo acompaña.
Así continué varias horas; estaba muy cansado. Pensé en abandonar, en dejarlo todo y probar lo que
hacían los demás. Ellos parecían más tranquilos y menos agobiados que yo. Todo aquel con el que
me cruzaba me avisaba de que encontraría peces malvados en ese camino, que podían lastimarme,
que incluso podría morir por el agotamiento. El agua me empujaba en la otra dirección y apenas
encontraba alimento para recuperarme. Estaba empezando a sentirme débil.
Quise rendirme. Escuchaba las voces de otras criaturas marinas diciéndome: “Es mucho más fácil
dejarse llevar por la corriente, ¿para qué arriesgarse tanto?”, “¿Por qué no puedes ser como los
demás?”. Sin embargo, esa voz interior era mucho más fuerte que yo y me di cuenta de que cuando
la escuchaba me sentía un poco mejor; era como si hacer caso a mi instinto me diera fuerzas para
seguir nadando.
Pasé por corrientes fuertes, cascadas, lugares donde encontré otros peces que habían perdido su vida
intentando hacer lo mismo que yo. Tuve miedo, pero sin saber cómo, continué. Cuando estaba ya a
punto de perder la esperanza y las fuerzas me fallaban, los vi. Eran muchos, o a mí me lo
parecieron, y nadaban en la misma dirección que yo, concentrados en su misión.
-Vamos al mismo lugar- dije con una gran sonrisa- ¿Por qué nadáis hacia el río también?
– Por lo mismo que tú- respondió sin dejar de nadar- Somos salmones y este es nuestro destino.
Subimos hasta el río para depositar nuestros huevos.
“¡No soy un bicho raro!”, pensé sin poder dejar de sonreír. Ya apenas sentía el cansancio, sólo
quería nadar, llegar a la meta, subir al río.
Después de varios días sin parar, allí estaba delante de mí: el río. Era exactamente igual que lo
recordaba en mi infancia. Nunca sabré cómo lo hice, cómo salvé tantos obstáculos, qué me ayudó a
ignorar los comentarios de los otros peces, ni siquiera cómo supe el camino correcto hasta el sitio
donde quería llegar; sólo escuché a mi instinto.

                                                            Fin

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