lunes, 7 de noviembre de 2016

LENGUA, 2º DE ESO, 9-11-16

TÍTULO: LA TRIPULACIÓN DEL PÁNICO
CURSO: 2º DE ESO
OBJETIVO: G4



[...] Al salir de la escuela, iba a casa de una vecina cubana, Fernanda, que en su país había sido profesora de matemáticas, pero que en Cornellá trabajaba de barrendera.

Fernanda era una mujer extraña, capaz de combinar una mentalidad rigurosamente científica con la práctica de los rituales de la santería1, que celebraba por encargo y con gran éxito entre el vecindario. Cuando empecé a ir a su casa yo era muy pequeño y me divertía comparar el color de su piel con el de la mía: al lado de la de la mayoría de mis compañeros de clase, yo era negro; al lado de Fernanda, por el contrario, era blanco. Supongo que, de esta forma, descubrí, por primera vez, que las cosas de esta vida no son nunca sencillas ni están claramente definidas.

La primera vez que Fernanda me vio atascado con los deberes, incapaz de hacer una multiplicación, se sentó a mi lado, apartó de un manotazo la ropa que estaba zurciendo y empezó a explicarme matemáticas con un entusiasmo que no había visto en ninguno de mis maestros. De pronto, ya no era Fernanda, la barrendera que jugaba a ser santera, sino la licenciada Medina, una profesora que se moría de ganas de volver a dar clase y que había decidido, en el tiempo que había tardado en sentarse a mi lado, que su único alumno, yo, sería el mejor de la escuela.

Lo consiguió. En pocas semanas, yo ya destacaba en matemáticas y pronto empecé a hacerlo en el resto de las asignaturas.

—Las matemáticas son la llave que abre todas las puertas, m’hijito —me dijo Fernanda cuando le enseñé, al mes siguiente, la nota de felicitación que la maestra me había escrito en la libreta—. Domínalas y solo le faltará saber dónde están.
—¿Dónde están? ¿Qué? —pregunté yo desconcertado.
—¡Dónde están las puertas, Edgar, dónde están las puertas! —saltó ella, riendo estrepitosamente y dándose palmadas en los muslos.

Y me quedé igualmente desconcertado. Fernanda a veces decía cosas extrañas como aquella, cosas que no entendías pero que se te quedaban en la memoria, como clavadas, hasta que un día, de pronto, comprendías qué había querido decir. Quizá era parte de su manera de enseñar. Nunca me he decidido a preguntárselo, ni siquiera ahora, que han pasado los años. 

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